HEMEROTECA- Tomo III |
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ABRIL 1975 – Año IV – Núm. 29 |
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ESCRIBE EL LECTOR |
LA LEVITACION: UNA TECNICA DE EPOCAS REMOTAS |
¿EL SONIDO PUEDE PROVOCARLA?
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TECNICAS PERDIDAS
Los actuales recursos técnicos (taladradoras eléctricas, grúas…) han aportado nuevos p
roblemas a una de las cuestiones más debatidas de la Arqueología: las construcciones ciclópeas.
Si en el siglo xx, la ciencia moderna es prácticamente incapaz de transportar bloques de 100 toneladas, se nos hace muy difícil admitir los datos suministrados sobre la Gran Pirámide por el escritor griego Herodoto, quien afirma en su ‘‘Historia’’ que 100.000 hombres edificaron el monumento en veinte años. No somos escépticos; pero una cifra tan reducida, para unos albañiles cuyas herramientas se reducían en el año 3000 a. de J.C. a rodillos de madera y sierras de cobre, nos parece inverosímil.
Los 100.000 obreros (360.000 cita Diodoro de Sicilia) cortaro, pulieron, arrastraron y levantaron –según los arqueólogos clásicos– veinte masas (240 toneladas) cada día; como el mausoleo tiene 2.600.000 piezas, la obra debió concluirse –si los cálculos son exactos– 360 años, 1 mes y 10 días después de que Keops ordenara su comienzo.
Así pues, demostrada la inutilidad de la teoría ortodoxa sobre las pirámides (teoría que puede aplicarse a las restantes ruinas), busquemos métodos desconocidos que puedan aclarar el enigma.
‘‘Ellos (los sacerdotes) pusieron bajo las piedras hojas de papiro, en las que habían escrito muchas palabras secretas, y las golpearon luego con una varita… Entonces las piedras ascendieron en el aire a la altura de un tiro de flecha y se fueron hacia las Pirámides.’’
La lectura del cuento árabe sugiere una pregunta: ¿Fueron los sillares de las antiguas construcciones transportados por los aires? Esta hipótesis por muy fantástica que parezca, es la única capaz de explicar, por ejemplo, la presencia de bloques de 2.000 toneladas en la terraza de Beabeck.
‘‘La creencia de que el sonido puede provocar la levitación –dice John Michelles tan u
niversal como antigua’’. En efecto, el folklore mundial está repleto de cuentos y fábulas cuyos protagonistas poseen la facultad de suspender personas y objetos en el vacío.
Veamos algunas de las más significativas.
Numerosas leyendas peruanas hacen referencia a un gran disco aureo, donado a los incas por una cultura conocedora del cuelo, que se conservaba en el templo del Sol. El secreto consistía en que, al ser golpeado, emitía unas vibraciones que producían la levitación.
Por su parte Thor Heyerdalh cita, en Aku-Aku, una antigua tradición de la isla de Pascua. Según ella, las famosísimas estatuas hicieron el camino desde la cantera hasta su destino andando. (Una gigantesca escultura deslizándose a pocos centímetros del suelo da la sensación óptica de andar.) Como dato complementario podemos añadir que ‘‘su desplazamiento se dirigió con una especie de bastón que lanzaba un rayo rojo de gran potencia’’. (1)
Diversas tablillas caldeas hablan del dios On y sus sacerdotes, los cuales, con ayuda de sonidos, podían izar rocas que mil hombres eran incapaces de mover.
Terminemos esta breve recopilación literaria con una popular narración británica. Cuenta la saga que los monolitos de Stonehenge, gracias a un conjuro mágico del brujo Merlín, se trasladaron volando desde Irlanda.
Recientes investigaciones han descubierto en el Tíbet unos extraños aparatos, cuya finalidad consistía, al parecer, en controlar una fuerza natural (el Vril) que anula la gravedad.
¿Se trata de un mito, o, por el contrario, del recuerdo de una ciencia perdida? Lo cierto del caso es que, en 1874, John Keely, un director de orquesta norteamericano, inventó un motor impulsado por ‘‘las vibraciones intermoleculares del éter’’, es decir, por el sonido. La máquina, gobernada con una nota de violín, funcionó a la perfección.
Un fenómeno parapsicológico muy conocido es el experimento llamado ‘‘alivio de peso’’ o ‘‘Pirámide de manos’’.
Para efectuarlo son necesarias cinco personas: una que se sienta (A) y las cuatro restantes (hombres, mujeres o niños) que levantarán al anterior.
Antes de alzar, los participantes deben colocar las manos unas sobre otras; la primera estará en contacto con la cabeza de A. Transcurridos unos doce segundos, los cuatro levantadores, a una señal del que dirige la acción, deshacen la pirámide, juntan los índices y los colocan bajo las axilas y rodillas de A, que será levantado sin ningún esfuerzo.
El milagro de Qamar Alí refuerza nuestra teoría. En Shivapur (India occidental) se conserva una pequeña mezquita erigida en memoria del santón sufí Qamar Alí, delante del edificio reposan dos esferas de granito que pesan respectivamente 55 y 41 kilogramos.
El ‘‘milagro’’ presenta un mecanismo análogo al de la experiencia anterior: once peregrinos rodean la bola grande (para la segunda bastan nueve) y, al mismo tiempo que la tocan con el dedo índice, pronuncian en voz alta el sagrado nombre del santo mahometano. De repente, los 55 kilos pierden peso, se separan dos metros del suelo y, tras flotar unos segundos, caen.
No se ha dado una explicación física o parapsicológica convincente de ambos fenómenos.
Todo lo expuesto nos lleva a afirmar que los antiguos conocían el procedimiento de transportar los elementos de construcción por los aires. ¿Cuál era su técnica? Quizás la misma de que se valieron, en 1948, unos ingenieros de la ‘‘General Electric’’ para mantener, durante varias semanas, una piedra de 50 kilos en el vacío a un metro del suelo.
Por desgracia, nuestra investigación sólo ha logrado despejar una de las tres incógnitas que giran en torno a los monumentos megalíticos. Formulemos las otras dos: ¿Cómo se pudieron cortar masas de varias toneladas con sierras de cobre? ¿Por qué los bloques se ajustan de manera tan milimétrica?
Hial Verrill, el famoso arqueólogo estadounidense, escribió en su libro ‘‘Old civilizations of the new wold’’ ‘‘…ningún ser humano, ya fuese indio o de cualquier otra raza, podría haber llevado a cabo… esas tallas de piedra utilizando las rudimentarias herramientas de piedras que encontramos en las excavaciones…’’ Verrill opina que los trabajos de nuestros antepasados fueron realizados con una especie de pasta radiactiva, cuyo secreto de fabricación –legado por una cultura anterior– todavía conservan algunos brujos.
Los relatos del coronel H. P. Fawcett corroboran esta curiosa teoría. Según él, en el Perú habitan unos pájaros que ahondan la roca a picotazos para formar sus nidos. El procedimiento de dichas aves consiste en frotar la piedra con una hoja, la cual destila una sustancia corrosiva que reblandece el mineral.
El eficaz líquido se obtendría –anotó el coronel– exprimiendo unas pequeñas plantas de hojas rojizas muy abundantes en las selvas amazónicas.
Lo curioso del caso es que su poder sólo actúa sobre materiales duros.
¿Quiere el lector pruebas? En el museo de Cochabamba (Bolivia) se exponen unas ‘‘piedras amasadas’’ que presentan hondas impresiones de pies y manos.
La existencia de un ingrediente secreto solucionaría el corte y ajuste increíble de unas moles entre las que –como dijo el egiptólogo F. Petrie– ‘‘no podría introducirse una tarjeta’’; también los bellos grabados precolombinos.
Los incrédulos clamaban contra el presente artículo e intentaron demostrar –sin pruebas, claro– la falsedad de su contenido. Nos gustaría recordar a estos señores el conocido refrán español de ‘‘cuando el río suena…’’
GERMAN VAZQUEZ
1. R. Charoux, ‘‘Nuestros antepasados extraterrestres’’.
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