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HEMEROTECA- Tomo II
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ENERO 1974 – Año III – Núm. 14

 

HERMETISMO

OPUS MAGNA

 
 

Hemos visto a través de las páginas de esta sección cómo todo el simbolismo místico señala la finalidad especialmente edificante del Esoterismo cuyo nombre es en sí sinónimo de ‘‘constructivo’’. Unicamente puede llamarse esotérico aquello que es constructivo en el dominio intelectual, moral y espiritual además que en el mundo de la realización objetiva.
De acuerdo con esta aseveración todo esoterista ha de ser más que todo un trabajador, en el sentido más amplio de la palabra. Aquel que concibe y realiza una obra o actividad inspirada o animada por un impulso o fin ideal cuyo carácter distintivo es el amor a la obra a la que se dedica. Otro punto de importancia es que esta actividad ha de ser invariablemente constructiva pues de otra manera dejaría de ser esotérica ya que, como hemos señalado los dos términos tienen el mismo sentido. Siempre se trata de construir, o sea, poner en obra y levantar de acuerdo con un plan determinado, que constituye su fundamento tanto ideal como material, los objetos que representan la materia prima oportunamente tratada y puesta en obra.


Las materias u ‘‘objetos’’ herméticos son el principio básico de toda labor o trabajo hermético, de la misma manera que el Plan o Idea, reflejo del Logos, constituye el fundamento espiritual de la Obra. Estas materias, por su consistencia y relativa estabilidad, así como por su tendencia o facultad inherente de conservar de una manera firme a través de los tiempos, la forma recibida y también el lugar o empleo que se le den en algún determinado proceso Alquímico son el símbolo natural de todo efecto permanente y duradero, de todo lo que nos aparece en una forma relativamente constante y determinada y en particular del carácter o personalidad humana.


De la misma manera que, desde el punto de vista de la Obra que con ellos se realiza, los ‘‘objetos herméticos’’ se diferencian unos de otros principalmente por el hecho de ser groseros o sutiles, así igualmente ha de distinguirse en el carácter, el estado tosco e imperfecto del hombre inculto en el Arte y el del Adepto que sobre todo ha aprendido a disciplinar de una manera constructiva todas sus facultades, inclinaciones y tendencias lo mismo que su actividad, en armonía con esta Luz Ideal que emana del crisol del alquimista que ha reconocido como su candil alumbrador. La misma luz simbólica del discernimiento espiritual es la que nos revela el estado de imperfección de nuestra manifestación individual y nos indica la necesidad de superar el estado de desorden interno que caracteriza al hombre esclavo de sus pasiones, vicios, errores, e inclinaciones inferiores, enseñándonos a trabajar estos metales vulgares para que manifiesten la perfección latente de los metales Filosofales.
Una vez reconocidas como tales las imperfecciones del carácter y del complejo de hábitos y tendencias que matizan la expresión de la vida interna, hay que poner en juego las facultades de la Voluntad y la Inteligencia con los que se trabajan los metales con el objeto de remediar de una manera permanente este estado de imperfección modelando el carácter de acuerdo con el Ideal íntimo.
La primera de estas facultades, aquella que lleva en sí y se utiliza en forma activa, la propia tendencia de por sí inerte y pasiva de la gravedad permitiendo efectuar una labor o sea la voluntad que existe en todos los hombres indistintamente, pero que, en general, por falta de discernimiento, se confunde con el instinto y la pasión y muchas veces se halla pervertida al punto de hacerse destructora tanto de las mejores tendencias internas como de la vida externa. En efecto, la voluntad empleada por sí sola y sin la inteligencia necesaria constituye el más simple y poderoso medio de destrucción, mientras que su uso perfectamente disciplinado lo hace uno de los instrumentos más indispensables en cualquier género de trabajo.


Para trabajar los ‘‘objetos del arte’’, así como para darles o imprimirles y grabarles una forma determinada la Voluntad sólo nos sirve en la proporción de cómo se aplica, de una manera sagaz sobre la Inteligencia. Y la combinación de estos dos instrumentos, expresando una idea o imagen ideal hará de aquellos mismos metales vulgares una hermosa obra de Arte Hermético.
Esta inteligencia que a modo de cincel tiene el hermetismo en su mano izquierda, apoyando el corte en el preciso lugar donde quiere que la voluntad produzca un trabajo útil sería un emblema por así decirlo de la determinación de la inteligencia que guía y dirige oportunamente la voluntad produciendo un resultado adecuado al corte del discernimiento y a la penetración mental que se ha aplicado sobre el objeto de los esfuerzos.


Así como la voluntad, empleada por sí sola, difícilmente podría darnos un resultado constructivamente armónico, y de ninguna manera perfecto, así tampoco la inteligencia de por sí podría producir algún trabajo eficiente. La primera lleva resultados que se hallan lejos de ser satisfactorios, cuando no sean brutalmente destructores, mientras la segunda se afana inútilmente en crear los mejores propósitos y en conceptuar y elaborar planes que, por no ser llevados a cabo y traducidos en obras, resultan ineficaces.
Por tanto, sólo por medio de un acuerdo perfecto entre las dos facultades puede esperarse tener éxito en el trabajo hermético de manera que en el mismo se revelan la forma y perfección inherente al mismo que constituyen su destino real y verdadero.
Nada peor, sobre el respecto de este punto, que la falsa sabiduría, formada por la acumulación de errores, prejuicios, etcétera, que obrando sobre la voluntad perpetúan la cadena causativa del mal en todas sus formas, y hacen al hermetista esclavo inconsciente de sí mismo que, sin embargo, cree constantemente ser víctima de la injusticia de los hombres y de una fatalidad igualmente injusta de la suerte o del destino. El destino más verdadero del hombre, del hermetista, su destinación en lo trascendente, es algo que sobrepasa, por su hermosura todo aquello quepodemos concebir, imaginar o describir, de más grande, noble o elevado, es la Divina Perfección de la Obra en todo el alcance y la expresión de la palabra.
Existe pues dentro de los ‘‘objetos herméticos’’ o sea en la Materia Prima de la vida y de cada vida individual un estado de perfección inherente, que se halla latente en toda forma y en toda expresión, al que precisa reconocer, educar y hacer patente por medio del trabajo. Esta perfección está representada en hermetismo por el estado de rectificación tetragonal que permite a los ‘‘objetos herméticos’’ tomar su lugar en el edificio de la Gran Obra.
Para este último fin se necesitan otros dos instrumentos que sirven para guiar y controlar el trabajo de los dos conceptos expuestos más arriba. El primero es la norma de la rectitud y justa medida que permite tanto la igualdad como la armónica proporción. El segundo concepto es el perfecto criterio.


En sus propósitos como en sus trabajos, en el dominio del pensamiento y en el de la actividad nunca debe el hermetista alejarse de la rectitud que indica el camino y la conducta ideal en todo momento y circunstancia evitando toda forma de doblez, incertidumbre y tortuosidad, pues únicamente según se conforma con esta rectitud le será posible alcanzar su propósito y tener éxito verdadero en el objeto dentro de nuestro Arte que se haya propuesto.
Lo mismo cabría decir del perfecto criterio, a la vez moral, intelectual y material o más bien objetivo. Cuando falte o sobrepase esa justa medida la visión interna resultará o bien aguda o bien obtusa, valga la palabra. En el primer caso el análisis crítico llevado al extremo, en el segundo la tendencia a descuidar excesivamente los aspectos particulares de cada problema del Arte, alejan de la justa y recta visión en la que únicamente toda cosa aparece en su lugar y puede tomar el que le corresponde dentro de los procesos de la Obra.
Toda obra hermética, la Alquimia por ejemplo descansa en lo que se refiere a su perfección, en la mejor alineación de los ‘‘objetos herméticos’’ que pueden disponerse en íntimo contacto el uno con el otro sin que ninguno exceda o sobrepase el lugar que le corresponde en el proceso ni tampoco que hayan huecos indebidos. De aquí la importancia de este perfecto tratamiento de las materias alquímicas sin el cual todo metal por puro que sea químicamente es inservible por completo en la Obra Alquímica.
Apartándonos de tema y errando o deambulando por los aspectos humanos de la cuestión en litigio podríamos decir que lo mismo ocurre con la vida social, en la cual a cada uno le corresponde su propio lugar y deber, su tarea y actividad. Es necesario hacer la cuadratura del círculo, hablando en Argot, justamente en este lugar, tarea y actividad, llenando así todos los requisitos y sin exceder indebidamente en ningún sentido, pues se encontraría sobre el lugar y deber de otra persona.
Todo lo que exceda de la justa proporción lo mismo que toda deficiencia, le impiden a cada uno tomar este ‘‘justo lugar’’, y por lo tanto hacen de él un elemento indeseable en el edificio social al que debería pertenecer, metafóricamente hablando.
De aquí la necesidad de buscar el único remedio efectivo y duradero para cualquier deficiencia, imperfección o condición indeseable de la vida exterior de los metales alquímicos en un correspondiente mejor tratamiento en el alma o interior de los metales en lo que llamamos en el Arte de Arnaldo su quinta esencia.


Hay pues una doble perfección relativa y absoluta siendo la primera el camino y el período intermediario para lograr la segunda: la Obra. De aquí que la perfección de los metales, en vista de la cual se halla dirigida la voluntad y el esfuerzo del Alquimista, debe estar constantemente en relación con su destino en el proceso para el cual han de ser adecuados las formas y las proporciones.
Sin embargo, esta importancia que le atribuimos implícitamente a la perfección relativa de los metales u ‘‘objetos herméticos’’ no puede quitarle su valor intrínseco a la perfección absoluta de la Obra representada por la Piedra Filosofal que constituye evidentemente dentro de los baremos del Arte un grado de perfección superior.
Esta última perfección es pues la más apropiada como tema básico del Arte dado precisamente uno de los mejores estados de la materia alquímica o huevo de los filósofos.
Tema árido el que hemos empezado a desarrollar hoy en estas cuartillas, aburrido quizá para algunos, pero imprescindible para cualquieraficionado a estos temas que acabando ya sus estudios teóricos quiera y desee pasar ya al trabajo práctico.
No hemos dicho nada nuevo al respecto de la preparación de la elaboración del Rebis Filosofal sólo recordar, el tiento, el esmero y el cariño que van implícitos o deberían encontrarse en todo operante del Arte Regio. Desgraciadamente pocas son las personas que se eligen a sí mismas para este sacerdocio alquímico porque no tienen la suficiente capacidad de paciencia para solamente aunque sólo fuera eso curiosear o atisbar por encima, de forma general los Principios del Arte; de aquí que sean muy pocos los que trabajen en estos linderos.
No tratamos o mejor no hemos tratado de presentar unas líneas sensacionalistas del Tema de los Sabios, sino más bien dar material de meditación y trabajo que es en definitiva algo más positivo y concreto y por tanto de mayor utilidad para los verdaderamente interesados en la cuestión, de no ser así no valdría la pena ya intentar esta comunión entre todos, pues a nivel sensacionalista e incluso morboso existe abundantísima literatura sobre estos temas.
Esperando de ustedes un cierto grado de tolerancia para con nuestros comunicados, sinceramente.

JOAN ARGENTIER

 

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