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HEMEROTECA- Tomo III
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ENERO 1975 – Año IV – Núm. 27

 

HERMETISMO

LOS MISTERIOS DEL ANTIGUO EGIPTO (II)

 

EL MISTERIOSO RITUAL DE OSIRIS

 

1) LA MITOLOGIA EGIPCIA

Entre las personas relativamente cultas predomina la idea, respecto a la mitología, de que el Egipto faraónico poseía un Olimpo pobladísimo. Con numerosos dioses importantes y una verdadera legión de diosecillos de menor categoría. A los que se rendía un culto plagado de ceremonias tan pomposas como absurdas. Incluso con la veneración de animales ‘‘sagrados’’, cuyos cadáveres embalsamaban reverentemente. Y toda una variada gama de cosas por el estilo. Sin duda todo ello cierto.
Pero si nos quedamos en esa primaria visión superficial, sacaremos una conclusión realmente chocante. Por una parte, que los antiguos egipcios demostraron cumplidamente una enorme capacidad inventiva y técnica, así como una auténtica genialidad artística sólo equiparable a su elevada sabiduría científica. Mientras que por otra parte y a pesar de ser profundamente religiosos, se mostraron en este terreno como totalmente imbéciles.


No obstante, si profundizamos un poco en las creencias religiosas del antiguo Egipto, nos daremos cuenta en primer lugar de que aquel delirante politeísmo era sólo aparente. Y de que bajo él latía, desde los tiempos más remotos, un importante substrato monoteísta. Lo que hace que, bien mirado, muchas divinidades diferentes fueran en realidad advocaciones locales de una misma deidad básica. Así es como, con el tiempo, se fue produciendo una natural fusión de las divinidades afines. De modo que Ra, Horus, Amón y Atón, absorbieron la función creadora atribuida genéricamente al Sol. Mientras que las divinidades funerarias se concretaron en Osiris.
Y finalmente, la deidad de Ultratumba y la deidad Creadora se unificaron como doble aspecto de una esencia divina única. Es decir, como el anverso y el reverso de un mismo y único dios Solar, en su doble cualidad de dios-sol-diurno, (del día, de la luz y de la Vida) y dios-sol-nocturno (de la noche, de la oscuridad y de la Muerte).
Por otra parte, las amenas y pintorescas fábulas mitológicas que nos han contado, con los amoríos, venganzas, adulterios y mil y una peripecias más de los dioses egipcios, no son sino reflejo de las burdas creencias de las casas más incultas de aquella sociedad. Mientras que se ha tenido un cuidado sumo en que no conociéramos los contenidos esotéricos, realmente profundos y admirables, de aquellas antiquísimas creencias religiosas. Trataremos de ir desvelando poco a poco estas cuestiones. Al menos hasta donde ello sea posible.

 

 

EL ‘‘NEOFITO’’ DEBIA PASAR SIEMPRE POR LAS SIETE PRUEBAS DE RIGOR

 

 

 


Empezaremos entonces por subrayar que el conjunto mitológico egipcio, a primera vista extraordinariamente complejo y caótico, se resume en dos aspectos fundamentales:
1.º) En un nivel primario, superficial, como religión popular de aspecto politeísta, plagada de novelescas biografías sagradas, basadas en la evolución de los totems prehistóricos transformados en dioses locales.
Pero con unos sutiles denominadores comunes y un trasfondo de monoteísmo latente o inconsciente.
2.º) En un segundo nivel, profundo, como sabiduría y cultos esotéricos, reservados a unos reducidos grupos de iniciados y que se concretan en dos corrientes fundamentales diferentes pero íntimamente enlazadas y al cabo del tiempo prácticamente convergentes
A) Las creencias religiosas en torno a la muerte, la resurrección y la vida eterna, de la doctrina que tenía por base el mito de Osiris.
B) Las grandiosas y profundas concepciones metafísico-teológicas de la Creación, simbolizadas en el mito solar. Y que constituían la doctrina iniciática heliopolitana.

 

 

2) LOS SANTUARIOS INICIATICOS

Los cultos iniciáticos que correspondían a la vertiente esotérica de las antiquísimas religiones egipcias, se desarrollaron en tres grandes santuarios situados respectivamente en Abidos, Hermópolis y Heliópolis.
Abidos, la antigua ciudad del Alto Egipto, era uno de los lugares más sagrados del país del Nilo. Se le hacía objeto de especial veneración porque allí se conservaba, según decían, la tumba de Osiris que guardaba la cabeza del dios de los muertos. En Abidos se hallaba también el primer santuario del culto iniciático de esta divinidad, que al parecer provenía de Oriente. Ofrecía desde luego ciertas similitudes con el Adonis sirio y vino a sustituir a otra divinidad más antigua, llamada Antzi, ‘‘el pastor de pueblos’’. Osiris era en principio un dios de la vegetación y llegó incluso a personificar al río Nilo. Y más adelante vino a formar parte del ‘‘mito agrícola’’, con la tríada divina Osiris-Isis-Horus. Probablemente se deba a su carácter de divinidad ‘‘vegetal’’ el que se le haya representado usualmente con el rostro pintado de verde, el color simbólico de la resurrección y de la esperanza.

 


El sagrado número siete ya aparece relacionado con Osiris, que era entonces el dios egipcio más importante. Las almas de los difuntos debían comparecer ante el Tribunal de Ultratumba, en el que este dios actuaba como Juez Supremo. Acompañado a cada lado por tres grupos de siete asesores, es decir 2x3x7=42 en total. Por otra parte, en su templo de Abidos había siete capillas, con los techos abovedados cuajados de estrellas. Incluso entre los egipcios, este número siete era símbolo de la vida eterna.
Es muy poco lo que se sabe de los ritos osiríacos que se desarrollaban en el templo de Abidos. Conocemos por Estrabón el detalle de que estas ceremonias, al contrario de lo que ocurría en otros cultos, se celebraban en riguroso silencio, al menos en la primera parte de las mismas: ‘‘…ni chantre ni tocador de flauta o de citara es autorizado a oficiar al principio de las ceremonias celebradas en honor del dios, según el uso corriente en los ritos religiosos’’.

 

3) EL MISTERIO DE OSIRIS

Después del Misterio osiriano de Abidos, del que nos ocuparemos luego con más detenimiento, cabe mencionar el culto iniciático de Thot, que se desarrollaba en el templo de Hermópolis.
Como ya quedó señalado en un anterior artículo, este Thot fue más tarde asimilado por los griegos a su Hermes y designado como Hermes Trismegisto, ‘‘el tres veces grande’’. Y es el padre de la sabiduría antigua, tradicional que lleva su nombre y se conoce como Filosofía Hermética. Realmente no conocemos nada respecto al culto esotérico que se ofrecía en Hermópolis a su máxima divinidad. Hay quien apunta ciertas concomitancias entre el Thot egipcio y el Thor nórdico, en relación con la primitiva cruz llamada TAU, etc. Por otra parte, dado el carácter de semidiós y demiurgo creador que posee Hermes-Thot en la mitología egipcia, cabría suponer que la sabiduría que sería impartida en el templo de Hermópolis a los iniciados sería altamente ‘‘mágica’’, es decir, operativa y técnica. Pero esto no dejan de ser meras conjeturas. Sí hay que destacar, numerológicamente, la presencia del número ocho en el culto a Thot. En la mitología hermopolitana, este demiurgo había creado, por su voz, ocho dioses primordiales. Es decir, cuatro parejas que llevaban los nombres de Noche, Tinieblas, Misterio y Eternidad. Las cuatro divinidades ‘‘machos’’ se representaban como ramas y las cuatro ‘‘hembras’’ como serpientes. Estos ocho seres divinos, que constituían la ‘‘Ogdoada’’, se refugiaron en una colina surgida del Abismo en la propia Hermópolis. Desde allí crearon el Huevo del que salió el Sol, (RA) el cual, después de vencer a sus enemigos, creó a su vez y organizó el Mundo.

 


Resulta interesante observar sobre un mapa a los tres grandes centros iniciáticos de la Antigüedad egipcia: Abidos, el primero de ellos, está junto al Nilo, al Sur; Hermóolis se halla más al norte, siguiendo el curso del gran río; y finalmente Heliópolis es el que se halla más al norte, ya en el inicio del delta. Es decir, que parece como si el flujo histórico que ha ido traspasando la preeminencia de uno a otro santuario esotérico, hubiera seguido el mismo sentido que el río sagrado. Pero no solo eso. Desde el punto de vista de la Ciencia Sagrada de los Números, ocurre lo propio. Ya hemos visto que el culto osiriano de Abidos se relaciona con el número SIETE y el de Thot, en Hermópolis, con el número OCHO de la ‘‘Ogdoada’’ mítica. Pues bien, el culto solar de Heliópolis, que se impuso definitivamente a partir de la V Dinastía, tenía como número sagrado al NUEVE de la ‘‘Ennéada’’, tal como veremos más adelante. Cabría añadir aquí que la Qabalah hebraica, que vendría después, habla ya del DIEZ, de los ‘‘diez Sephirot’’, así como Moisés compendiará la Ley Divina del SINAB en DIEZ mandamientos. Lo cual representa evidentemente una ‘‘progresión’’ numérico-simbólica o numérico-mágica, altamente sugestiva.

 


No vamos a extendernos ahora en el mito de Osiris, sobradamente conocido. Unicamente recordaremos que este dios era el soberano del mundo inferior, del Reino de los Muertes que recorre el Sol (RA) del ocaso a la aurora. Según la leyenda mitológica, Osiris era un gran rey al que su malvado hermano Seth, el año 28 (o sea ‘‘cuatro veces siete’’) de su reinado, metió en un cofre mediante engaño, arrojándolo después al Nilo. El desdichado Osiris, arrastrado por las aguas, cruzó el mar y llegó a Siria ya cadáver. Seth se ensañó con el difunto, descuartizando su cuerpo y diseminando sus miembros. Isis, esposa y hermana de Osiris, reunió los trozos y lo volvió a la vida, etc.
Permítasenos destacar, de la leyenda osiriana, los aspectos siguientes:
–El mito de ‘‘pasión, muerte y resurrección’’, común a varias divinidades del oriente próximo.
–La importancia del número SIETE y del número TRES. Este último estrechamente relacionado precisamente con la ‘‘resurrección’’.
–La leyenda del cuerpo depositado en un cofre o arca, lanzado a las aguas del río y rescatado finalmente, que se repite en otros héroes, dioses y semidioses.
Ya hemos dicho que apenas se sabe nada acerca de los Misterios de Osiris, tal como se desarrollaban en Abidos durante las primeras dinastías faraónicas, hace más de seis mil años. Hay que tener en cuenta, además del tiempo transcurrido, el sigilo absoluto que ocultaba estos ritos a los profanos. Sí se sabe que Abidos, lugar de las tumbas de los primeros faraones, era desde antiguo meta de peregrinaciones populares. Y que todo egipcio, si podía, realizaba esta peregrinación al menos una vez en su vida. Algunas leves pistas, indicios y detalles, nos llevan a suponer que en esta ciudad, centro del culto a los muertos, aquellos antiquísimos Misterios se desarrollarían probablemente en tres niveles bien diferenciados. Habría entonces un nivel superficial, esotérico, de religiosidad popular basada en el culto a los muertos, en recuerdo y veneración a los ancestros que moraban en el más allá y cuya deidad era Osiris. Es obvio que la inmensa mayoría de los peregrinos que acudían devotamente a Abidos se quedaría en este primer nivel. Habría además un culto esotérico que se desarrollaría propiamente en los Misterios osirianos y que, tal como ha sucedido en otros cultos iniciáticos mejor conocidos, por menos antiguos, comprenderían a su vez dos niveles bien diferenciados. Tendríamos así un Misterio Menor al que accedería un número relativamente amplio de postulantes y que se desarrollaría, ya en la parte más interior y reservada del templo, seguramente del modo que hoy llamaríamos un ‘‘psicodrama’’. Es decir, representando y actualizando las dramáticas peripecias de la pasión, muerte y resurrección del conocido mito del dios. El neófito debería pasar seguramente por las ‘‘siete pruebas’’ de rigor, comunes al parecer a todos los ritos de iniciación egipcios. Superadas felizmente estas pruebas se sometería sin duda a los consabidos preámbulos de purificación, con ayunos, abstinencia sexual, rapado de la cabeza, soledad, silencio, meditación, etc. Y después participaría en el drama osiríaco, inmerso en profundos estados de angustia mágica, llegando a alcanzar una auténtica catarsis mística. Es muy probable que se sometiera al iniciado a una escenificación ritual en la que aquél ‘‘moriría’’ virtualmente para poder ‘‘renacer’’ a una nueva Vida auténtica. Tal como, de un modo u otro, se siguen practicando aún en nuestros días los llamados ‘‘ritos de iniciación’’ en algunas sociedades tribales arcaicas.

 

 

LA CIENCIA SAGRADA DE LOS NUMEROS EN SANTUARIOS EGIPCIOS

 

 

 


La idea de la ‘‘resurrección gloriosa’’ osiriana supondría indudablemente un gran consuelo y una luminosa esperanza, para aquellas pobres gentes atemorizadas por la presencia espantable de la muerte.
Parece ser que al mismo tiempo, y no sabemos si por las mismas fechas del calendario religioso, se llevaba a cabo en el templo de Abidos un Misterio Mayor, reservado a los escasísimos iniciados que, tras pasar por los Misterios Menores, se hubieran hecho acreedores a tal honor y privilegio por su comportamiento ejemplar, por sus elevadas cualidades espirituales y por su gran inteligencia.
En el próximo artículo trataremos del MISTERIO MAYOR DE OSIRIS, en base a los escasísimos datos que es posible reunir acerca de estos rituales tan arcaicos y ‘‘misteriosos’’, valga la redundancia. Y analizaremos el profundo contenido del llamado ‘‘triángulo osiríaco’’ a la luz de la Ciencia de los Números, que como es sabido, constituye una de las principales herramientas de que se dispone en el estudio de la Filosofía Hermética. De ese enorme caudal de Sabiduría que la Tradición nos ha legado y que procede de aquel fabuloso Egipto faraónico que ahora estamos investigando y de la legendaria figura de su HERMES-THOT.

(Continuará en el próximo número)

 

E. MICHELENA

 

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