HEMEROTECA- Tomo III |
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OCTUBRE 1975 – Año IV – Núm. 35 |
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UNIVERSALISMO |
CARTA UNIVERSAL 25-33 |
SAANEN
Saanen, precioso valle situado en el corazón de los Alpes suizos.
Venimos hasta este bello lugar para asistir a las conferencias que Krishnamurti da anualmente en esta época estival.
Saanen es punto de reunión donde convergen hombres y mujeres, algunos ancianos y en su mayoría jóvenes de diferentes países y razas, todos con la mente dispuesta para escuchar el mensaje de K.
Es como si se nos brindara la oportunidad de asomarnos ante un amplio y desconocido horizonte para contemplar juntos, K. y nosotros, este mundo viejo de violencia, que se destruye, u un mundo nuevo del que K. nos habla, basado en el amor, en la comprensión.
Y es que si verdaderamente fuéramos inteligentes actuaríamos no de manera egoísta, acaparando, acumulando riquezas que nos esclavizan más y más, cerrándonos el paso como reglas de nuestra propia prisión.
Violencia engendra violencia, nuevas nuevas y nuevos desastres que el mundo sufre por su ceguera a causa de su insaciable ambición.
K. habla para todos, tratando de arrancar de raíz estos tristes males con una energía, propia de un hombre en su plenitud, no de los muchos años que cuenta en su edad física.
K. no nos habla de espiritualidad, culminando virtudes y exaltando romanticismos que pertenecieron a un ya lejano ayer; K. nos habla sencilla y llanamente del amor que nos debemos como seres humanos; de ese mutuo respeto que podría resolver todos los problemas de los que, indudablemente, somos responsables.
K. ha rechazado siempre las riquezas que le ofrecieron; vive con lo indispensable y justo para mantenerse un ser humano; esta es la más genuina revolución: despojarse de todo lo superficial, porque la vida no es acumulación, sino saber vivir libre de lo que nos condiciona. Y nos condicionan nuestros apegos, todo lo que lleva implícito el ‘‘yo’’ con sus múltiples deseos con su desenfrenada ambición. K. nos ha dicho muchísimas veces que la verdadera vida no es acumular poderes y riquezas, sino saber vivir libre de ellas. Tampoco se inclina por una vida mísera, porque en cierta ocasión el Mahatma Gandhi, al hablar con K., le decía que al menos pudieran todos los seres viajar en tercera, a lo que K. respondió: ‘‘No sería mejor que todos pudiéramos viajar en primera clase?’’. Así pues, K. no desea para los demás una escala inferior sino en su propio nivel, porque no habría necesidad de caer en la pobreza cuando todo se centrara en un equilibrio perfecto y ya la riqueza no significaría acumulación, sino patrimonio de todos; y digo riqueza, no en el sentido de poder, que resulta totalmente negativo y perjudicial para otros, sino pensando en la creatividad, como es una verdadera educación que nace en la cultura para elevar la vida con dignidad humana, todo eso que realmente supone una riqueza colectiva, sin que haya seres que carezcan de lo más elemental.
Esta revolución es totalmente interior; sería de locos ponerse a predicar porque el mundo está sordo, mudo y ciego para comprender estas cosas tan sencillas, tan humanamente justas, pero lo cierto es que las consecuencias se dejan sentir por todas partes. Luchas y más luchas, bombas y más bombas; esa es la locura del mundo que no reflexiona y que va al caos, precipitándose más y más en el horror de su desgracia.
K. nos alerta de este caos; quiere que nos demos cuenta a tiempo y ha mucho que la palabra de este gran amigo nos llega a través de sus libros y conferencias con ese humanismo nato, sin envolturas de colores, ni otra finalidad que el afán de sacudirnos el polvo de tantos caminos en vano recorridos, de tantas frustraciones por ideales muertos.
Qué mejor revolución que la comenzada en nuestro propio ‘‘yo’’, tan lleno de recursos y justificaciones para intentar justificar lo que realmente es injustificable. Esto es lo que ha de saber evitar, a toda costa, el hombre que se considere civilizado: darse cuenta del mal que puede acarrear por su ambición, que irá exigiéndole cada día más y más con inusitado halago a su vanidad, a ese ‘‘yo’’ insaciable que le condiciona a cada instante.
Los seres verdaderamente grandes, los que conmovieron los pilares del mundo, fueron aquellos que realizaron su propia revolución. Tal fue elPríncipe Gauthama Buddha, el iluminado, que nos di a conocer la Rueda de Samshara, con su proceso de nacimientos y muertes. Podrían contarse por este mundo para dejar en él una estela de Amor y Salvación. Todavía están por cumplirse aquellas palabras de Jesús de Galilea ‘‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’’ porque El fue un Redentor que proclamó el AMOR.
Todos aquellos que hicieron revoluciones por mejoras salariales o de cualquier otro tipo social, crearon nuevos líderes, nuevas banderas, pero la lucha sigue latente, adquiriendo cada día mayores proporciones.
Por eso la verdadera revolución ha de realizarla el individuo en sí mismo, y cuando la sociedad cuente con seres bien equilibrados, desprovistos de torpes y ruines apetencias, esos seres serán verdaderos puntales para ese mundo nuevo capaz de gozar un verdadero bienestar.
K. nos habla entre abrumado y entristecido por esta humanidad que está labrando su propia ruina, y a la que con su gran amor quisiera despertar de su ceguera, de tanta corrupción.
Una juventud bien orientada, que se exija a sí misma y no se justifique exigiendo a los demás, podría descubrir en su interior ese caudal de amor y felicidad que anhela, basado en una libertad consciente, no a través de un libertinaje inconsciente que busca como escape la droga y la evasión.
La vida es nuestra propia vida, y es deber de todos y cada uno de nosotros, salvaguardarla y dignificarla por la acción sana y espontánea con nuestro más cálido amor.
Gracias, Krishnamurti, muchas gracias por tu gran esfuerzo realizado durante tantos años, unido al saludo personal que en nombre de todos los amigos de Madrid, te hizo llegar este año en Saanen, tu constante amiga
LUISA GONZALEZ
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