HEMEROTECA- Especial FASSMAN |
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DICIEMBRE 1976 – Año V – Núm. 49
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FASSMAN ESCRIBE PARA VD. |
YO Y LA PARAPSICOLOGIA
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Utilicé los usuales métodos para estimular la exteriorización de las facultades paranormales. Ya al principio captó con nitidez el primer mensaje, en este caso se trataba de una paloma dibujada por R.Ch., de los seis mensajes transmitidos, cuatro fueron positivos –reproducidos con exactitud por la sensible–, uno resultó confuso y el restante debió considerarse negativo. Esto representaba un acierto de un 80% y constituía un lisonjero éxito experimental, por lo que mis anteriores afirmaciones a favor del positivo estímulo hipnótico a la actividad ‘‘psi’’ comenzaban a ser aceptadas.
En las sesiones sucesivas, las condiciones probadas con la médium para la clarividencia, obtuvieron un más bajo porcentaje de aciertos, y lo mismo ocurrió con la psicometría y la premonición.
En todas estas experiencias se comprobó que bajo el efecto de la hipnosis la actividad cortical disminuía considerablemente, y que este particular estado psicofisiológico, facilita el acceso al subconsciente, dando entrada a los diferentes niveles, en cuyo ámbito hace acto de presencia la actividad paranormal.
Experimentando numerosas veces con este grupo y siempre bajo hipnosis, pudimos lograr una gran variedad de fenómenos de telepatía, clarividencia y premonición.
Otro sensible fue A.R., de 25 años y estudiante de Derecho. Resultó ser un excelente sujeto hipnótico, dándose peculiaridad de mostrar indicios de actividad psicométrica. Con gran rapidez entró a un grado profundo. Deposito un sobre en su mano. Utilizando las sugestiones adecuadas insistí para que la actividad paranormal se exteriorizara en el sujeto. Acto seguido le ordené que tratara de captar las sensaciones que el sobre transmitía. Transcurrieron unos minutos de expectativa. Repentinamente dijo: ‘‘Me siento muy nervioso. Siento un fuerte dolor en el vientre. Tengo miedo, mucho miedo’’. La carta pertenecía al Dr. Canavesio, abrió el sobre y leyó el contenido de la carta. En el escrito, se notificaba por su remitente –del sexo femenino– que estaba muy enferma y que en breve debía someterse a una intervención de la vesícula biliar. Visiblemente emocionado y con actitud pensativa, el Dr. Canavesio no daba crédito al extraordinario resultado de la experiencia. Su condición de Director le impedía exteriorizar lo que en realidad sentía. Todo lo que hizo fue recordar una vez más que, en la investigación de este tipo de fenómenos había que ser rigurosamente objetivos, sin dejar de analizarlos una y otra vez bajo todos los puntos de vista antes de llegar a una conclusión definitiva.
Una vez más me percaté que la arrogancia y el recelo siguen siendo uno de los peores defectos de muchos y muy valiosos investigadores, aunque debo reconocer que esta opinión es exclusivamente personal, y estoy dispuesto a aceptar cualquier crítica que pudiera suscitar.
Considero que la investigación sistemática de este mundo oculto y de las facultades extrasensoriales de cualquier tipo debe ser una empresa a la que la humanidad entera debería comprometerse a descubrir y a estudiar en forma exhaustiva.
Mi condición de sensible y los muchos años dedicados a la teoría y práctica de las ciencias mentales, me ha brindado la oportunidad de establecer contacto con infinidad de investigadores, en los que casi siempre observé entre ellos, antagonismo y rivalidad ostensibles, aunque debo reconocer que estoy hablando de tiempos ya lejanos.
En multitud de ocasiones se ha dicho que la verdad nace más fácilmente del error que de la discusión. Opino que en Parapsicología es más valiosa la destreza de los procedimientos operativos que el contenido de las complicadas actividades intelectuales.
En uno de los grupos experimentales se encontraba un sujeto de apariencia humilde y de unos 50 años de edad. Daba la sensación de una persona extraña, de cuerpo muy delgado y de manos muy largas y desproporcionadas en relación con sus dimensiones corporales. Sin embargo esbozaba siempre una sonrisa cordial y transmitía a su alrededor un clima psíquico extremadamente agradable. Sostenía un maletín de cuero oscuro adonde llevaba sus herramientas de trabajo. Dijo ser un Rabdomante, lo que equivale a Zahorí y, en la actualidad, a Radiestesista.
Este buen hombre nos informó de los muchos éxitos que había obtenido descubriendo manantiales de agua, vetas y yacimientos metálicos, e incluso descubrir el paradero de una muchacha que se había extraviado. Comenzó la sesión sacando de su maletín una horquilla de madera de avellano y un péndulo, y previamente declaró que podía detectar desde metales hasta fotografías de personas fallecidas. Acto seguido el Dr. R.Ch. le entregó una foto sobre la que el sensible hizo oscilar su horquilla de avellano, asegurando al poco tiempo que la persona de la fotografía había fallecido hacía muchos años, y además detalló que estuvo mucho tiempo imposibilitada y que finalmente murió a consecuencia de una congestión pulmonar. El Dr. R.Ch. confirmó todos estos datos, dándose la circunstancia de que este investigador era ruso blanco y que la fotografía era de su hermana que residía en Ucrania. Las sucesivas experiencias que se llevaron a cabo con este sensible fueron asimismo muy positivas. No cabía la menor duda de que pese a su especialización y a no estar sujeto a estado hipnótico, se trataba de un sensible auténtico, aunque sus dotes, las había aplicado exclusivamente a la radiestesia. Más tarde supe que había sido contratado por el Gobierno Federal para detectar corrientes subterráneas de agua en lugares del interior del país donde se había proyectado la construcción de aeródromos.
LOS AVANCES DE LA CIENCIA NO HAN LOGRADO AUN COMPRENDER LOS PRINCIPIOS BASICOS DE LA MEMORIA
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En otra experiencia se practicó con un grupo de clarividentes que afirmaban poder percibir el aura de las personas. Tres de ellos coincidieron en seis personas distintas: los colores descritos eran similares, y esto era una prueba convincente de la existencia de esta facultad.
También se trabajó con un muchacho que afirmaba haber pronosticado determinados acontecimientos que más tarde se habían cumplido. Sin embargo, en las dos primeras sesiones no se logró resultado alguno. En la tercera se decidió someterlo al trance hipnótico, resultó un sujeto muy sensible, entró con facilidad a un grado suficientemente profundo al objeto de poder estimular sus presuntas facultades premonitorias. Le sugerí que en sus manos tenía el periódico ‘‘La Nación’’ del día 1º de Abril próximo. Insistí en que tratara de leer los titulares del diario, sobre todo el más importante. El sensible respondió: ‘‘Dice fuego, hay un gran incendio y es de noche. Hay una gran multitud alrededor. No leo más’’. Los titulares de primera página, en la fecha señalada, difundían la noticia de un gran incendio en el puerto de la ciudad. La premonición había precisado el suceso con exactitud. Posteriormente, se trató de localizar a este muchacho, pero todo fue en vano. La opinión dominante es que le entró pánico el hecho que había sido capaz de pronosticar con 8 días de antelación, se negó a toda colaboración, hecho que todos lamentamos muy de veras.
Mi cooperación con este grupo tocaba a su fin. Mis compromisos para cumplir sesiones públicas me reclamaban. Me trasladé a México. A los pocos días de mi llegada recibía del Dr. Canavesio una síntesis de los resultados de las sesiones que habíamos celebrado. En síntesis, Canavesio decía en el informe: ‘‘El fenómeno telepático fue confirmado. En lo que respecta a la clarividencia, la certidumbre no ha sido tan convincente. Resultados muy positivos obtenidos en psicometría, radiestesia y precognición. Un caso bien comprobado de psicoquinesia. No ha sido aceptada, en cambio, la comunicación con seres desencarnados, ya que no se han encontrado bases suficientemente convincentes para defenderla como legítima’’. Este fue el dictamen de este honesto y eminente investigador, al que cabe calificar justamente de realista, objetivo e imparcial. En este informe decía además: ‘‘Por su intrínseca naturaleza, todo fenómeno paranormal es muy difícil de verificar. Nosotros hicimos lo posible para lograrlo, llegando hasta donde alcanzan las básicas teorías de la ciencia’’.
Haciendo un examen de conjunto, considero que esta serie de sesiones memorables, los resultados fueron positivos, y constituyen un triunfo a favor de la Parapsicología.
En todo caso se demostró que las posibilidades y el alcance de este tipo de experiencias son inmensas. Resultaría muy beneficioso para el progreso de la parapsicología que los científicos interesados en este tipo de investigaciones cooperaran con los sensibles. Esto permitiría, entre teóricos y prácticos, seguir investigando hasta límites aún hoy día desconocidos o inconcebibles.
Durante mi permanencia en México recibí una llamada desde los Angeles. Un famoso psicoanalista reclamaba mi colaboración hipnótica para un paciente que había sufrido un accidente de automóvil. Tenía una pierna fracturada y se le había practicado el tratamiento clínico habitual. Durante su recuperación intentó tenerse de pie y dar los primeros pasos sin muleta, pero no pudo sostenerse debidamente y cayó al suelo. Posteriormente, y a pesar de estar perfectamente curado, el condicionamiento sugestivo fijó una imagen negativa y se negaba a andar. Un temor obsesivo, resultado de su caída anterior, se había adueñado de su voluntad. Esto hacía oportuno un tratamiento hipnótico, que le apliqué adecuadamente. Una vez logrado este estado, se le transmitió las adecuadas sugestiones para eliminar el miedo y devolverle la confianza perdida. Al cabo de varias sesiones el sujeto recobró su motilidad normal sin deficiencia alguna. El Dr. responsable de este caso era, un gran terapeuta, pero su experiencia hipnótica era nula, por lo que recurrió a mis servicios. Posteriormente a la curación del enfermo, permanecí unas semanas en su compañía y le adiestré en las técnicas hipnóticas. Transcurridos unos años, este Dr. llegó a ser uno de los más prestigiosos.
A mi regreso a México me esperaba una triste noticia que debía recibir y manifestarse por vía extrasensorial.
Al salir una mañana del hotel donde me hospedaba, sin saber a ciencia cierta la razón de mi actitud entré en un almacén y compré una corbata negra, sustituyendo la que llevaba puesta en aquella ocasión. Al verme mi secretario me preguntó enseguida si llevaba luto de alguien, contestándole que no, y diciéndole que de una manera repentina había decidido ponérmela.
A las cuatro de la tarde de aquel día recibí un cable comunicándome el deceso de mi padre en Barcelona.
En tal circunstancia no me fue posible interpretar correctamente la llamada mental de mi padre en sus últimos instantes de vida.
Durante mi estancia en México, por otra parte, recibí la invitación de algunos grupos y sectas, asistiendo a sus peculiares sesiones como simple observador. En ellas pude comprobar que practicaban sus experiencias en forma muy rutinaria y demasiado condicionadas a sus creencias. Creo que lo único interesante de aquéllas era su mística y determinados rituales.
Posteriormente regresé a España. Necesitaba descansar, tomarme unos días de asueto y distensión. Después viajé otra vez hacia París. Allí sería testigo de un fraude muy ingenioso y difícil de desenmascarar.
Fui invitado a una importante reunión espírita del médium Kubek. En aquel tiempo había escuchado varios comentarios sobre él y sentí un gran interés en presenciar una sesión de este sensible.
En el marco de una fastuosa mansión particular hubo lugar una reunión no demasiado numerosa de fervientes seguidores de este famoso médium. La sesión fue iniciada por mí mismo a base de algunas experiencias de telepatía, y seguidamente el plato fuerte de esta sesión, Kubek.
Inició la sesión con un extraño ritual que nunca había presenciado en este tipo de reuniones. Este método operativo me pareció bastante exagerado. La sala quedó en la penumbra, y a renglón seguido pronunció algunas invocaciones que fueron contestadas a coro por sus adeptos. Se le apreciaron algunas contracciones corporales y entró en trance. Después de transcurridos algunos segundos, se escucharon de pronto unos golpes estridentes en los cristales de las ventanas, después en un gran espejo que adornaba el salón prosiguieron estos golpes, e incluso se dieron lugar sobre la misma cara y el cuerpo de los asistentes. Yo mismo percibí un golpe en la frente al que no consideré como peligroso, pero sí en verdad impresionante. Ello constituía una experiencia sobrecogedora. Se escuchaban algunas exclamaciones y gritos histéricos de las señoras asistentes a la velada, y entretanto el médium seguía inmóvil en su asiento.
Al salir del trance un poco más tarde fue rodeado por el grupo. Muchos de sus componentes le besaban la mano, otros se arrodillaban frente a él en señal venerativa. Una señora pronunciaba el nombre de San Cipriano. A un señor que estaba a mi lado le pregunté los motivos para nombrar o evocar a San Cipriano, contestándome que quien se posesionaba del médium era precisamente este santo.
Naturalmente me di cuenta de que la mayoría de los asistentes estaban fanatizados, y en rigor se confirmaba que casi todos ellos eran adeptos fervientes de la doctrina espiritista.
Al término de la sesión me presentaron al médium, el cual aparentaba una edad aproximada de 50 años y ofrecía un aspecto personal de maneras rudas, mandíbulas fuertes y cabeza cuadrada, como corresponde al biotipo centroeuropeo. Me invitó a acompañarle y a tomar café, por lo que salimos juntos y acepté su invitación. Entramos en un bar del Bulevar de los Italianos. Mi compañero pidió algo de comer y consumió varias cervezas. Al hablar se excitaba visiblemente y, entretanto, siguió bebiendo.
Me preguntó cómo lograba captar con tanta rapidez los pensamientos de los demás. Le respondí que desde muy joven había condicionado mi mente para hacerla receptiva. El inquirió, a su vez, de qué manera podría iniciarse, prometiéndole por mi parte que le prestaría un libro que trataba este tema con gran propiedad y eficacia.
Intencionadamente traté de desviar la conversación hacia la cuestión espiritista, al propio tiempo le formulé grandes elogios de sus soberbias facultades ‘‘medianímicas’’. El me dio una somera explicación sobre esta doctrina.
Antes de despedirnos concertamos una cita para el día siguiente en el café de La Paz.
En este nuevo encuentro le traje el libro prometido, dándome las gracias por ello. Nuestra conversación fue bastante larga y versó sobre temas muy diversos y, entretanto, él seguía tomando una cerveza tras otra.
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Repentinamente me dijo: ‘‘Me ha caído Ud. muy bien y le propongo un trato. Ud. me enseña lo que hace y yo le adiestraré en el espiritismo’’. Le contesté que debíamos contar con San Cipriano, ya que a lo mejor no estaría de acuerdo con este convenio. Se rió por ello y me dijo: ‘‘Deje a San Cipriano por mi cuenta’’.
Después me contó todos los episodios de su vida, desde su triste infancia en una aldea de Polonia hasta su llegada a París. Prescindiré de los pormenores y me limitaré a citar su confesión. Estoy seguro que para él esto constituyó una catarsis necesaria.
Al poco tiempo de su llegada a París tuvo un violento altercado con un sujeto. Al tratar de defenderse, derribó a su oponente, pero con tal mala fortuna que al golpearse la cabeza contra la arista de la escalera le provocó la muerte. Por tal razón fue condenado a 8 años de cárcel, acusado de homicidio con atenuantes. A los 6 años recobró la libertad.
(Continuará en el próximo número)
PROFESOR FASSMAN
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