HEMEROTECA- Tomo II |
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AGOSTO 1974 – Año III – Núm. 21 |
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NATURISMO |
LOS ‘‘7’’ PECADOS CAPITALES
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LA FICCION DE LA RIQUEZA
Siguiendo nuestro periplo del ‘‘Secreto de la Felicidad’’ esbozaremos someramente, el quinto y sexto verso nuestro que dice: ‘‘Ausencia de placeres, de oro y de todo mundanal valor’’. Ya las primitivas civilizaciones perdidas en la noche de los tiempos antiguos, cifraban la búsqueda de la dicha en el desprendimiento de todo lo material que pueda unirnos con el egoísmo telúrico, este desprendimiento de las riquezas y de las renuncias a los placeres sensuales, que Zenón el estoico ya proclamaba, constituye el primer peldaño que hay que subir en la escalera de la superación hacia el cielo de la Felicidad. No sin sobrada razón posteriormente, Jesús solía decir: ‘‘Si quieres ser feliz vende todo lo que poseas, da el dinero a los pobres y sígame’’. La ficción de la riqueza constituye nuestro principal ‘‘handicap’’, que se opone a nuestro progreso espiritual y la tendencia casi innata a buscar los placeres sensoriales de todo tipo forman el binomio demoníaco, que privan la perfección y la sublimación de la persona humana. A la perfección naturista se llega no escuchando los cantos de la sirena de toda la gama de los placeres sensuales, que son enemigos mortales del alma y del espíritu universal.
LOS SIETE PECADOS CAPITALES
El catecismo cristiano señala desde su origen como pecados capitales, siete fundamentales que enumeramos y no comentamos, por lo alargar nuestro escrito y ser de todo el mundo conocidos su nefasto alcance: La soberbia, la avaricia, la lujuria, la ira, la guía, la envidia y la pereza, pero sí que dedicaremos unas pocas palabras a comentar diamantinas virtudes que debemos oponer a tales males, para poder alcanzar el objetivo de la dicha.
Es del todo necesario ser del todo llano y humilde, humildad y tolerante siempre en todos nuestros actos y… ¡Cuánta soberbia nos rodea! Gentes que por que han viajado un poco o tienen un título universitario o una docena (los títulos no acortan las orejas, como decía un profesor) se creen intocables e infalibles y pretenden dirigir el mundo. Estadistas o generales victoriosos o sin ni siquiera victorias, que por creerse dotados y entorchados, se consideran con poderes más que suficientes, para promover matanzas y atropellos colectivos guerreando con el pretexto de un futuro mejor casi siempre, como si una simple vida humana, no valiera más que el señuelo de una entelequia. No matar es un sagrado mandamiento que jamás podrá ser derogado. Gentes de todas clases, que sólo por el hecho de un momento de inspiración o por una ráfaga de genialidad se consideran poder cambiar el curso de las cosas, dominando, cambiando y mutando el curso de la Naturaleza, matar a la ecología de un territorio, destruir a todo un pueblo para inculcarle el ‘‘virus’’ del progreso tecnológico del robot o realizar experiencias de moderno alquimista interplanetario.
La avaricia, la ira y la lujuria son otros tantos acicates plenamente autodestructivos, endiosar el dinero o disfrutar acumulándolo, es otra forma de perversión que mina la evolución moral y trae funestas consecuencias. El bien llamado vil metal, cuando se sale de los cauces naturales de su justa medida y objeto de cambio, se convierte en daga lascerante y fraticida. La ira entenebrece el entendimiento y anula la razón, acabando generalmente en locura. Su antídoto será siempre el relax., después la lógica y finalmente la templanza. La lujuria trae desasosiego, vicios, delitos y enfermedades sin cuento, acabando con la salud más fuerte y todo vestigio de razón y moralidad. El vegetarismo acaba fácilmente con este mal, limpiando el cuerpo y la mente de todos los venenos cadavéricos ingeridos y aclarando la razón.
EL NATURISMO ES LA MAS NOBLE DE LAS CAUSAS
La guía lo produce el desequilibrio orgánico, causado por el carnivorismo, ayudado por la incultura y la vida muelle, produce un rosario de enfermedades y dolencias que también sólo el vegetarismo equilibrado, puede evitar sus fatales consecuencias. La envidia y la pereza son otras hermanas gemelas, la primera es una tara que afecta al ignorante, poco evolucionado o retrasado mental, es origen de muchísimos sufrimientos, desgracias e iniquidades, por envidia como por otros tantos pecados capitales, se llega fácilmente al crimen y al suicidio. Y ¿qué decir de la pereza? Ya un viejo refrán dice que es la madre de todos los vicios. La persona búlica o perezosa, genera todos los días y sin darse cuenta su propio calvario, es pasto del aburrimiento y de los seis restantes defectos capitales. Un buen naturista no será jamás perezoso, sabe que la mies es mucha y procurará emplear el máximo de su tiempo y su diligencia en cultivar las virtudes naturistas que pueden traerle a él y al prójimo, la más noble y sana superación moral que conduce a la felicidad. El proselitismo nacido sólo por la ejemplaridad, es la divisa y distinción del naturismo moderno.
EL DINERO NO HACE LA FELICIDAD
Desde muy antiguo y sobre todo en la actualidad, el hombre está inmerso desde que nace, en las jaulas de los mercaderes de la Vida. Desde muy joven no ve otra cosa que el intercambio de cosas por dinero: Trabaja para ganar dinero, vende sus horas libres por dinero, construye, trasforma o destruye por cierta cantidad de moneda de curso legal, un oxígeno sin vida propia, pero que asfixia al que no lo tiene generalmente, él es el creador de la vieja idolatría del ‘‘Becerro de oro’’ que tiraniza a tantas gentes sumergiéndolas en la vorágine de la prisa, de la agresividad y del egoísmo desde muchísimo antes que llegaran teorías de Stuard Mill y sus sucesores. La pasión por el dinero es de las más terribles y a la vista están los crímenes colectivos que se cometen consciente o inconscientemente por su posesión y tráfico.
EL FALSO ‘‘HUMANISMO’’ DE HOY
La superación total del hombre debe de ser y provenir de la evolución ascendente de su mente y espíritu, sólo así podrá alcanzar la aureola de las conjunciones que conducen a la felicidad. La mayoría de los hombres mundanos de nuestro tiempo, no se fijan ni creen en la Naturaleza ni ven sus eslabonadas leyes y fenómenos, que nos rodean y vivifican todos los días… Esto es cosa de chiflados piensan muchos. Se cree en los degenerados a los que consideran ‘‘normales’’, equilibrados, hasta escépticos en las cosas de los hombres y del más allá. Muchos se arriman a un falso ‘‘humanismo’’ que pretendiendo igualar al mundo, sin la enseñanza y la ejemplaridad, lo tiranizan y lo esclavizan todavía más. Grandes sectores de creyentes se consideran ‘‘Hijos predilectos de Dios’’ un dios que no es sino imagen y semejanza suya, de ellos mismos, intentando corregir, dominar y avasallar a la propia Naturaleza, con la ceguera de su desmesurado orgullo de suficiencia y de lucros. No hablemos de los falsos profetas que suelen decir ‘‘Sólo nosotros tenemos la verdad’’ ‘‘esto es lo que has de creer, por que lo digo yo y lo dijeron sabios varones antes que yo y porque así está escrito’’… Gentes que ‘‘venden’’ porciones de cielo, con cierta pose de circunstancias, para comprar tierra después y darse la gran vida, que es desgraciadamente, la mal vida que regresa a los abismos del dolor, de la oscuridad y de la muerte.
EL TESORO DEL ALMA
Repasando la historia, en la búsqueda cual Diógenes, del secreto de la dicha, sólo se ve y se comprueba que lo hallaron los desinteresados sabios santos, buscando y hurgando en el árbol de la Vida y del Amor (que no es de este mundo degenerado) apartándose de este árbol, un tanto peligroso, de ‘‘la ciencia del Bien y del Mal’’, cultivado generalmente por grandes doctos y jerarcas de todas clases que viven y especulan con él generosamente. Todos caminos de la felicidad se bifurcan en uno solo, el del Amor, base de la moral Universal que conduce a la fraternidad de todos los hombres con las otras criaturas, amor a la Naturaleza, a todo lo creado por esta llama del Principio Vital, que recibe en última instancia, el soplo de la perfección máxima: el espíritu de la divinidad Cósmica.
‘‘Solamente un consejo os doy, que os améis los unos a los otros’’. ‘‘No hagas a los otros, lo que no quieras para ti’’ estas palabras de Cristo, están esculpidas en el frontispicio del gran templo naturista, cuya filosofía práctica descansa en los ideales de perfección humana, en sus tres aspectos: físico, mental y espiritual, que corresponden a la Belleza, la Verdad y al Bien de cualquier acción. Realización de estos tres objetivos, sólo en el trabajo perseverante en el cultivo del arte, de la ciencia y de la religión de la Naturaleza, animado de afecto, razón y fe en un futuro más o menos próximo. El árbol de la Vida y del Amor no es aquél que antes citábamos de la ciencia del Bien y del Mal, no confundir el concepto, el primero es unidad de Belleza, de Verdad y de Bien o sea armonía en la materia, en la mente y en el espíritu que podríamos todavía añadir más gráficamente, Salud, Sabiduría y Santidad, tres diamantes de perfección evolutiva que engarzan la corona del naturismo moderno, mientras que el segundo, es el bifronte raquítico, preñado de incógnitas, desangelado, sin directriz ni rumbo luminoso, que si bien sirve para fijar el contraste en el neófito, es de todo inútil para el iniciado.
LA RELIGION DE LA NATURALEZA
El hombre de buena voluntad tiende a la fraternidad universal y al pacifismo más integral y ya dijimos que el naturismo no es una doctrina de formas sino de fondo, tampoco un dogma o secta o sociedad especial, sino el principio abstracto de perfección, que puede llegar a animar a todas las formas de llevar la vida tanto en lo individual como en lo colectivo. Repetimos, el naturista siente y ama a toda la Naturaleza, busca la armonía y por eso intenta cumplir sus leyes, leyes que por ser de la Naturaleza son leyes divinas, de ahí arranca cierto misticismo, patentizado en los grandes personajes como San Francisco de Asís, por ejemplo, que llegaban a llamar hermanos al lobo, al árbol, al agua, a la tierra, etc.
Por eso la Naturología es la primera de la Ciencia, ciencia de la Naturaleza y el Arte de la vida, es también la religión de la Naturaleza, como muy bien dice nuestro gran maestro el Dr. Alfonso.
D. BELLSOLA
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