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HEMEROTECA- Tomo I
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NOVIEMBRE 1973 – Año II – Núm. 12

 

SIMBOLOGIA

EL GUARDIAN DEL SENDERO

 
 

 

Layo, bisnieto de Cadmo, esposo de Yocasta y rey de Tebas recibió del oráculo de Apolo el consejo de no engendrar descendencia ya que el hijo que tuviera estaba destinado a matar a su padre y a casarse con su madre. Horrorizado por haberle nacido uno de su esposa, pensó poder sustraerse a la amenaza predicha por el oráculo si lo abandonaba en el momento y así lo hizo, exponiéndolo en las laderas del Citerón para que las fieras lo destrozaran.
Transcurrido cierto tiempo, el niño fue encontrado por unos pastores corintios quienes lo cuidaron y, llamándole Edipo “pie hinchado” por tener los pies horadados, lo llevaron a su rey Pólibo, quien por carecer de descendencia lo adoptó y lo cuidó como un hijo.
Edipo creció feliz en el reino de Corinto creyéndose hijo de Pólibo y su esposa Merote hasta que unas burlas e insinuaciones de los cortesanos hicieron nacer en su ánimo las dudas de su origen. Para salir de incertidumbres se dirigió a Delfos para consultar al oráculo pero sólo recibió de él la desconcertante respuesta de que se apartara de sus poderes, pues estaba destinado a matarlo a él y a casarse con su madre. Creyendo que el oráculo se refería a Pólibo y Merote decidió no regresar a Corinto y se dirigió a Tebas.
En el transcurso de su viaje se encontró con Layo quien a su vez se dirigía a Delfos para consultar el oráculo sobre la Esfinge que aterrorizaba su ciudad. Por cuestiones de prioridad de paso se originó una disputa entre los dos viajeros y Edipo mató a Layo, cumpliéndose la primera parte de la profecía.
Como los desmanes de la Esfinge iban en aumento, el cuñado del difunto Layo, Creonte, se vio obligado a ofrecer el trono de la ciudad y la mano de la reina viuda a quien les librara del monstruo. Edipo destruyó a la Esfinge recibiendo por ello el trono y la mano de su madre Yocasta, con lo que la terrible profecía cumplióse en su totalidad.
La Esfinge, hija de Tifón y Echidna, había sido lanzada por Hera desde Etiopía, sobre el país tebano para vengar alguna afrenta recibida de Layo. Su cabeza y pechos eran de virgen, el tronco de toro, las garras de león, alas de águila y cola de serpiente. Posada sobre una roca interrogaba a todo ser humano que pasaba y quien no sabía contestar su pregunta de “¿Cuál es el ser que tiene cuatro patas por la mañana, dos por la tarde y tres por la noche?” era precipitada a un profundo precipicio. Habiendo sabido Edipo responder: “¡El hombre, quien en su infancia anda ayudado por manos y pies, en la plenitud marcha sobre sus piernas y en la vejez se ayuda por un bastón!” triunfó sobre ella y se casó con Yocasta.
Este famoso mito ilustra perfectamente los trabajos y luchas del iniciado que desea seguir el sendero o penetrar por la puerta que lleva al supremo conocimiento. Siempre habrá un guardián, en este caso la Esfinge, a quien habrá que responder o destruir para ser digno de desposarse con la diosa que al término del viaje aguarda.
El mito de Edipo ofrece además numerosas claves en los nombres de los protagonistas de la historia. Por ejemplo, Yocasta, madre y esposa del héroe, no es más que Io-casta o Casta-Io, es decir, la diosa Io. Diana o Luna –nombres distintos para una misma identidad– antecesora o madre de la tierra. Si Yocasta es la Luna, su esposo debe ser el Sol, y efectivamente en sánscrito Laah-io, o sea Layo, es el Sol esposo de Io, la Luna. La Tebas griega es la Tebas egipcia y la Sebaste famosa por los misterios de la vaca Io o Isis. Además en Egipto la esfinge, como entidad femenina, era símbolo de la tierra Lilita o de Kemmi, siendo llamada Neb que significa Sol, con lo cual el simbolismo se ensortija y se cierra sobre sí mismo.
Ampliando este simbolismo de Io por otros lugares y otras tierras se encuentra que el mito de Edipo, con otros nombres y otros detalles, se repite. Edipo no es solamente el José vendido por sus hermanos –Io Sapho o Io-Suphi (sa sabiduría de Io) – y que termina siendo ministro del faraón, sino que es también el Júpiter o Io-pithar a quien su padre Cronos pretende devorar para que no le quite el trono; igualmente es el Isaac hebreo a quien su padre Abraham quiere inmolar, aunque luego ofrezca un cordero, el cordero de Io, eterna víctima propiciatoria.
Roso de Luna compara este mito con el de “Las mil y una noches” donde un sultán monstruoso, verdadera esfinge, devora cada noche a una doncella después de haberse acostado con ella hasta que Scherezade se ofrece para vencer al monstruo. Cada amanecer, haciéndose despertar por su hermana –su Io superior– explica al sultán una historia, avivando su interés primero, amansándolo después y casándose con él por último. Igualmente señala el famoso arqueólogo el paralelismo entre este mito y el de los siete hijos de Isomberta (o Isis-Bertha) y de su jefe Lohengrin, Swan-Ritter o “el caballero del Cisne”.
También son Edipo las figuras nórdicas de Segismundo y Sigfrido de los Nibelungos. Segismundo es el de los pies “hinchados a fuerza de caminar”, lo que equivale al griego Oedius que procede de las dos palabras “entumecido” o “hinchado” y “pies”.
La más famosa Esfinge, misteriosa, hierática y silenciosa es la de Gizéh, en Egipto, quien delante de la gran pirámide contempla el pasar de los siglos esperando que los hombres comprendan su pregunta. De él –pues es masculina– dijo Plinio que “es un maravilloso objeto de arte ante el cual, considerado por las poblaciones vecinas como una divinidad, se observó el rito del silencio”.
En su pecho, hace mil cuatrocientos años el faraón Tutmés IV hizo colocar una lápida que decía: “Un mágico misterio reinó en estos lugares desde el principio de los tiempos, porque la figura de la esfinge es el emblema de Kepera (dios de la inmotalidad) el más grande de los espíritus, el ser venerable que aquí reposa. Los habitantes de Menfis y de todo el distrito alzan las manos para invocar su protección”.
Wallis Budge y Paul Brunton creen que la esfinge fue erigida para ahuyentar a los malos espíritus de las tumbas que llenan el lugar. Lo que sí parece cierto es que está relacionada con el Sol pues una antigua tradición dice que en su cuerpo está la tumba de un faraón llamado Armais y éste nombre se parece mucho al de Harmkis, el dios Sol, quien estaría personificado por la esfinge.
El Grifo, monstruo doble –águila y león– criado entre los escitas para guardar el oro escondido en la tierra, y el Dragón, custodio de tesoros y doncellas, son otros aspectos del vigilante de los caminos de Salvación. Todos los mitos y leyendas de semidioses, héroes y caballeros medievales que se enfrentaron a estos monstruos están relacionados con el de la esfinge.
En Cataluña, una de las más famosas luchas del iniciado con la esfinge está representada en la puerta de San Ivo en la catedral de Barcelona, donde el llamado por la voz popular señor de Vilardell se enfrenta con el Grifo que asoma al pueblo de San Celoni, en donde aún existe la llamada “Roca del Drac”. Si esta lucha entra de lleno dentro de la leyenda e ilustra solamente el enfrentamiento del hombre contra sus monstruos interiores que le impiden realizarse, la espada mágica que el caballero Soler de Vilardell usó para vencer al dragón está perfectamente dentro de la historia y, precisamente, en un documento de Jaime I el Conquistador anulando un duelo entre Bernardo de Centelles y Arnaldo de Cabrera, que tuvo lugar en 1270, porque el de Centelles había usado indebidamente la “espada de virtud” de Vilardell diciendo textualmente “arma illica et prohibita et etiam virtuosa ut evidens rei publica probat fama videlicet ensem de Vilardello”, ya que con dicha espada la victoria era segura para su poseedor. Más adelante, otro Centelles venció al Dragón del Mercado, en Valencia, según otra leyenda famosa.
Esta lucha medieval con el dragón se refleja en muchos escudos de armas como el de los Amburz vascos, donde se ilustra la victoria.
El Oriente el “guardián del atrio” de los budistas se corresponde exactamente con el dragón de la Gran Pagoda de Rangún, con los diablos y monstruos que asustan al visitante de los templos chinos, japoneses o tibetanos y con los toros alados persas.
En el cristianismo, y salvando las distancias, la Virgen Negra con su enorme carga de simbolismo esotérico es la guardiana del secreto. Su rostro no refleja ni ternura ni compasión y es noble, hierático, distante. Delante de ella el cristianismo, en la oscuridad del templo, siente temor y duda. Luego lentamente la luz –la luz de la noche– penetra en su espíritu y todo se vuelve diáfano y claro. Ha entendido la pregunta y ha habido la respuesta.
Este vigilante del camino, en su forma varia y distinta, es “el habitante del umbral” de los cabalistas, el karma ancestral de las pasiones de cada candidato que remonta el sendero y el Angel Negro con quien todos los que queremos “saber” tenemos que luchar.


 

F. FERRER VIVES


 

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